martes, 24 de junio de 2008

LA MAYORÍA DE LOS TEMORES SON INFUNDADOS

Los temores de cualquiera índole substituyen el sosiego espiritual por la intranquilidad, perturbando no sólo el corazón sino también el cerebro.

La generalidad de los temores que sufre el espíritu son infundados. Y el antídoto para estas perturbaciones sin fundamento sería no sólo un corazón valeroso sino el análisis de las acciones y eventos mundanos.

Sin saber con certeza la existencia de la vida supraterrenal millones de personas se preocupan de los castigos que temen recibir en el más allá. Su falta de raciocinio les impide llegar a la conclusión de que Dios sería indigno de su propia grandeza, y de su potestad de Dios, si premiara o castigara las acciones humanas.

Desde el momento en que es un hecho indiscutible que el destino de cada persona quedó escrito cinco o más generaciones antes de su nacimiento. En otras palabras, lo que serán y lo que harán los bisnietos de nuestros nietos estamos proyectándolo ahora mismo no sólo con nuestras acciones sino con nuestra manera de pensar. En el protoplasma de la célula fecundante encuéntrase adherido el pensamiento y las acciones de los siglos.

Y si esto una verdad prístina que sólo las mentes trastornadas por la superchería pueden poner en duda, entonces ¿Qué persona de mente equilibrada podría considerar que un Dios justiciero y magnánimo castigue los actos de esos seres humanos?.

Pero en lo que ataña a otra índole de temores, es necesario por nuestro propio bienestar borrar de nuestra vida los miedos infundados si es nuestro deseo que nuestros esfuerzos plasmen los anhelos del corazón. Siendo que el temor no sólo invalida al esfuerzo físico sino a la propia mente.

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