lunes, 10 de agosto de 2009

DURANTE EL RESTO DE NI VIDA

Durante el resto de mi vida, hay dos días que ya nunca volverán a preocuparme.

El primero es ayer, con todos sus errores y lágrimas, sus tonterías y derrotas. El ayer ya no se puede cambiar.

El otro día es el mañana, con sus escollos y amenazas, sus peligros y misterios. Hasta que el sol vuelva a salir, no me juego nada en el mañana, puesto que todavía no ha nacido.

Con la ayuda de Dios y quedándome sólo una jornada en que concentrar todo mi esfuerzo y energía, hoy, ¡puedo ganar! Sólo si añado la carga de esas dos penosas eternidades, el ayer y el mañana, estoy en peligro de desfallecer bajo la carga. ¡Nunca más! ¡Hoy es mi día! ¡Hoy es mi único día! ¡Hoy es todo lo que hay! Hoy es el resto de mi vida, y resuelvo comportarme durante todas y cada una de mis horas de vigilia de la siguiente manera:

Durante el resto de mi vida, en este señalado día, ayúdame Señor...


A seguir los sabios consejos de Jesús, Confucio y Zaratrusta, y a tratar a todo aquel con quien me encuentre, amigo o enemigo, extraño o familiar, como desearía que me trataran a mí.

A mantener sujetas mi lengua y mi temperamento, y guardarme de los momentos estúpidos de críticas e insultos.

A saludar a todos aquellos con los que me encuentre con una sonrisa, y no con el ceño fruncido, y con una suave palabra de ánimo, en lugar de con desdén o, lo que es peor, con el silencio.

A mostrarme comprensivo y atento ante los pesares y las luchas de los demás, dándome cuenta de que hay aflicciones ocultas en la vida de toda persona, sin que importe lo exaltada o deprimida que ésta se sienta.

A esforzarme por ser atento con todos los demás, comprendiendo que la vida es demasiado corta para ser vengativo o malicioso, y que siempre es demasiado pronto para ser mezquino o cruel.

Durante el resto de mi vida, en este señalado día, ayúdame Señor...


A recordar que, para cosechar más grano en la primavera, debo plantar más semillas en el invierno.

A comprender que la vida siempre me recompensa por lo que yo hago, y que si nunca realizo o entrego más que aquello por lo que se me paga, nunca tendré razón alguna para demandar o esperar una recompensa adicional.

A entregar siempre más de lo que se espera de mí, ya sea en el trabajo, en el juego o en el hogar.

A trabajar con entusiasmo y amor, sin que importe cuál será la tarea, sin olvidar que si no puedo encontrar la felicidad en el trabajo, nunca sabré lo que es la verdadera felicidad.

A resistir en el trabajo elegido, incluso cuando otros hayan dejado de hacerlo, pues ahora sé que el ángel de la felicidad y el cuenco de oro sólo me esperan al final de la milla de más que aún me queda por recorrer.

Durante el resto de mi vida, en este señalado día, ayúdame Señor...


A establecerme objetivos al nacer el día, pues ahora sé que ir a la deriva, sin propósito, hora tras hora, sólo me conduce a un único destino: el puerto de la miseria.

A reconocer que ningún camino hacia el éxito es demasiado largo si avanzo con valentía y sin apresuramientos indebidos, del mismo modo que no hay honores demasiado altos si me preparo para ellos, con paciencia.

A no perder nunca la FE en un mañana más radiante, pues sé que si continúo llamando durante el tiempo necesario y lo bastante fuerte a la puerta, alguién me abrirá.

A recordarme sin cesar que el éxito siempre tiene su precio, y que debo estar dispuesto a equilibrar sus alegrías y recompensas a cambio de la preciosa moneda de mi vida, única pieza de valor para alcanzarlo.

A atenerme a mis sueños y a mis planes para una vida mejor, porque si renuncio a ellos, y aunque yo pueda seguir existiendo, habré dejado de vivir.

Durante el resto de mi vida, en este señalado día, ayúdame Señor...


A esforzarme para lo mejor que hay en mí, sabiendo que no tengo ninguna obligación de alcanzar la riqueza o el éxito, sino sólo la obligación de ser auténtico con lo más elevado y mejor de mi ser.



A no sucumbir nunca ante el temor al fracaso, porque entonces dirigiré la mirada hacia los objetivos que aún no he alcanzado, en lugar de bajarla hacia los escollos que amenazan mi barca.

A aceptar la adversidad como una amiga que me enseñará sobre mí mismo mucho más que cualquier alegre carrera colmada de éxito y buena fortuna.

A recordar que los fracasos, incluso cuando se producen, son pasos hacia el éxito, puesto que descubrir lo que es falso me llevará a buscar lo verdadero, y toda experiencia me enseña algún error que deberé evitar cuidadosamente.

A regocijarme por lo que tengo, por muy poco que sea, recordando siempre la historia del hombre que lloraba porque no tenía zapatos, hasta que un día se encontró con otro que no tenía pies.

Durante el resto de mi vida, en este señalado día, ayúdame Señor...


A aceptarme a mi mismo tal como soy, sin permitir nunca que mi conciencia o mi sentido del deber me obliguen a vivir una vida al dictado de otros.

A darme cuenta que no debo aceptar nunca la alabanza y el amor de las personas como medida de mi valía, ya que ésta depende mucho más de cómo me siento respecto a mí mismo, y de cómo me relaciono con el mundo que hay fuera de mí.

A resistir la tentación de superar los logros de otros, puesto que ese patético deseo y, sin embargo, común no es más que una muestra de inseguridad y debilidad, y nunca seré yo mismo si permito que sean otros los que establezcan mis metas.

A llevar a cabo todos mis actos, tanto en el trabajo como en el descanso, con entusiasmo, para que mi excitación y mi celo en lo que estoy haciendo dominen todas las dificultades que si no retrasarían mi progreso.

A recordar que debo sacrificar tiempo y esfuerzo para aumentar mi valía, pues sólo los tontos permanecen ociosos y esperan a que les llegue el éxito, y ahora sé que la única posibilidad de llegar a lo más alto consiste en empezar desde los cimientos.

Durante el resto de mi vida, en este señalado día, ayúdame Señor...


A hacer a los demás lo que me gustaría que hicieran conmigo, a dar de mí mismo, en cada momento, más de lo que se espera, a ponerme metas y aferrarme a mis sueños, a buscar el bien en toda la adversidad, a cumplir mis deberes con entusiasmo y amor, y, por encima de todo, a ser yo mismo.

Ayúdame, te lo ruego, Señor, a conseguir todos estos objetivos, para que pueda convertirme en un buen trapero, trabajando en tu nombre, con renovada fortaleza y sabiduría, para rescatar a otros del mismo modo que tú me has rescatado a mí. Y, por encima de todo, te ruego que permanezcas cerca de mí, durante todo este día...

OG MANDINO

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